Del libro:
"Leer en silencio"
El vaso de la
lágrima
La noche se perdía tras el gran
vidrio, estaba apocada y melancólica. Mis manos como sonámbulas, buscaban algo
en el fondo oscuro del baúl, entre los papeles, en las olvidadas prendas de mí
ayer irrepetible. De pronto, palpé algo suave y tibio, lo enlacé con mis dedos,
lo llevé hasta cerca de mis ojos,
asombrados. Tan simplemente un vaso… ¡Sí! Un vaso, aquél que mil días rosaron
tus labios, éste que hoy sin hablarme, me decía de ti. Él que te vio en tu
esplendor incontrastable y fue testigo de tu risa libre y contagiosa. El mismo
que una tarde en las penumbras del patio florecido, te oyó decir:
¡Lo mucho que me amabas! Él fue testigo de las
horas dichosas de mi vida.
¡Sí! No cabía duda, él te
traía a mi lado. ¡Tu vaso preferido! El que exigías en cada cena o almuerzo,
“el vaso de la lágrima” le llamabas. Es verdad, fijándose bien en la base, pareciera que hubiese una
lágrima.
¡Oh amor!... Si tú lo vieses, aún resuena igual, todavía
conserva el pétalo de la rosa de Julio en su hueco profundo, como si fuese
parte de él, y a él le he preguntado:
¿Qué ha sido de
ti? Y al verme tan solo, tan triste y hundido en mi desolada vida, me
respondió, ¡Amor! Me respondió… con silencio.